ENTREVISTA: Amiel Cayo 0 6485

Amiel Cayo (Puno, 1969) ha logrado destacar en los últimos años por sus papeles en filmes como La Deuda (Oliver’s Deal en inglés) de Barney Elliott y Retablo de Álvaro Delgado-Aparicio. Pero además de su faceta como actor, es un polifacético artista aficionado a las artes plásticas y la pintura, un fabricante de máscaras que además ha publicado tres libros: Willka Nina (2015), El Gato Pany (2016) y Juegos de Muerte: Tres Obras de Teatro (2016). Como director teatral, ha dirigido, entre otras, la obra para niños El Zorro y el Cuy.

Toda una experiencia que Amiel ha puesto en servicio del desarrollo cultural de su natal Puno y el Perú: Tuvimos la oportunidad de conversar con este actor acerca de su variada y muy creativa carrera artistíca.

 

Te dedicas a muchas disciplinas. ¿Cómo han contbuido todas a tu formación actoral?

En general, el arte te da la sensibilidad suficiente para percibir el mundo que te rodea. Desde niño, yo empecé con las artes plásticas, el dibujo, la pintura y ahí me he ido formando hasta la adolescencia. Esa práctica te afina la sensibilidad y ves las cosas de otra manera.

Empecé a hacer teatro por esas casualidades de la vida; no pensaba jamás hacerlo o entrar en la actuación, pero fue un mundo que me fue atrapando. Es una disciplina muy compleja donde pueden confluir diferentes habilidades, tanto la música, el canto, la actuación, inclusive otro tipo de saberes del conocimiento humano, como la ciencia.

A los 14 años me inserto en la vida cultural de Puno, participando activamente en varios movimientos y grupos culturales, como el Grupo Cuaternario, que era de pintores; la Asociación Juvenil Puno, que hacían música; fundando la Asociación Escena Inca para empezar a hacer teatro; posteriormente fundo mi propio grupo, que se llamó Yatiri.

¿Era donde bailabas?

No, era de teatro. Pero siempre, desde niño, he estado permanentemente con la Fiesta de la Candelaria todos los años, bailando. Recuerdo que cuando tenía 11 años un amigo me invito a tocar zampoñas en un conjunto. Fui, regresé como a las nueve de la noche a casa y mi mamá me esperaba y me dice “¿Qué haces, donde fuiste?”; yo feliz, “Mamá, estoy aprendiendo a tocar zampoña”, “¿Cómo? ¡No puede ser, como te vas a juntar con esos borrachos!” y así. Nunca más volví al grupo, hasta que a los 14 años me encontré con la Asociación Juvenil Puno, chicos que hacen otro tipo de música, entonces con una mayor capacidad de decisión, me uní. Fue una etapa muy rica para mí, que siempre recuerdo con mucho beneplácito; todas las vivencias que tuve y la formación, fueron las bases para lo que fui desarrollando en el futuro.

Hemos hablado de artes diferentes. ¿Cuál podrías decir es tu favorita? Y también, ¿Cuál ha sido tu actuación favorita?

De todas las disciplinas que he desarrollado y practicado, diría que es el teatro, la actuación, lo que más me ha llenado como ser humano, es donde han coincidido mis habilidades con las artes plásticas, la música y el canto. Aparte está el trabajo actoral en sí, porque tiene una dinámica compleja de entrenamiento, de preparar y construir los personajes; inclusive eso me permitió incursionar en la dramaturgia, que ahora aplico en la escritura de cuentos y novelas que estoy desarrollando. Todo eso a través de la actuación y el teatro.

En Extirpador de Idolatrías, colaboraste haciendo las máscaras y parte del arte.

Fue una manera de retomar; cuando empecé a hacer teatro, mi trabajo con las artes plásticas había quedado relegado. También me empecé a dar cuenta de la posibilidad de utilizar la máscara como un elemento plástico en la escena. Entonces empiezo a retomar; como ya tenía esa habilidad de modelar, dibujar, trabajar eso con las manos, empecé a investigar y desarrollar. Paralelamente a mi carrera de actor, hice carrera como artista plástico especializado en la construcción de máscaras.

Cuando se hizo Extirpador de Idolatrías, se requería para una escena medio fantasiosa, que me hacía recordar un poco a Akira Kurosawa, el director (Manuel Siles) me solicitó que le preste algunas máscaras y es así como se incorporaron a la escena.

¿Y que hacías con las máscaras, con tu trabajo? ¿Lo vendías en Puno?

No, porque este trabajo básicamente lo he desarrollado en Lima. En Puno recién están empezando a reconocerme, me mudé para allá hace dos años y estoy trabajando y haciendo una labor cultural fuerte. No me conocían como mascarero, pero sí aquí en Lima, de aquí pude salir a otras regiones donde sí he sido reconocido como artista de la máscara.

¿Mientras actuabas, te ganabas la vida haciendo máscaras?

Sí, claro. He tenido varios talleres aquí en Lima. En Yuyachkani fue donde más aprendí sobre las técnicas de elaboración, investigué sobre los personajes, las fiestas, como se usan las máscaras en la representación; no sólo hablamos de teatro, sino también la danza y otras disciplinas donde la máscara puede ser un elemento muy potente. Eso se lo debo a la Sala de Máscaras de Yuyachkani, ahí trabajé mucho tiempo hasta que salí para hacer mi propio taller y así desarrollarme y seguir aprendiendo, haciendo máscaras para muchos espectáculos, eventos, hasta ahora. A veces me solicitan de otros países para que les envíe máscaras. Pero digamos, es un trabajo complementario, no uno principal; me he abocado a la actuación, tanto en teatro como en cine.

 

Amiel y una de sus máscaras

 

Has hecho personajes completamente opuestos en tus roles en el cine y algunos son chamanes, hombres peligrosos y malvados, homosexuales enclosetados. Hay varios que no he nombrado, pero: ¿cuáles te han gustado más, te sientes identificado con alguno? ¿Crees que alguno haya trascendido?

De todas las películas que he hecho, que son seis largometrajes y tres cortos, está el personaje que desarrollé para La Deuda, un padre muy severo con su hijo y también muy protector, muy duro cuando los extranjeros quieren comprar sus tierras. Esa dureza, esa fortaleza, es quebrada por una situación que le pasa al personaje. Trabajar ese quiebre de alguien que a fin de cuentas es humano ha sido muy interesante y también ha tocado bastante fibras internas mías.

Otro personaje al que tengo mucho cariño es Noé Páucar de Retablo. Muchos dicen que el tema de la película es la homosexualidad reprimida y enclosetada que a veces se vive en el Ande y cuando se descubre es una bomba que estalla; estas actitudes a veces son mal vistas y reprimidas severamente por la gente. Trabajar esa sutileza no es trabajar lo obvio, lo exagerado de una persona en una situación así; para eso tuve que reconstruir la historia del personaje para poder representarlo frente a cámaras. Obviamente esa historia no se ve ni se dice en la película, pero el espectador lo siente.

En ambos casos siempre prima lo que es el amor, el amor filial, paternal, tanto en La Deuda como en Retablo. Una de las cosas que siempre me gusta trabajar es el no estereotipar al hombre andino, sino representarlo tal como es. He visto muchas películas y series donde hacen un estereotipo del hombre andino; en su forma de hablar, en su forma de vestirse, a veces cae en la chabacanería y eso no es bueno.

En el caso del chamán de Extirpador de Idolatrías, ¿cómo lo construiste?

Yo creo mucho en la espiritualidad; he visto a mi abuelo Ignacio hacer ceremonias de agradecimiento a la Pachamama y lo he tomado como referente. He aprendido mucho de él, crecí desde niño a su lado, me enseñó muchas cosas y cuando hago el personaje del chamán, me remito a mi abuelo para poder hablar con propiedad hacia el personaje del niño; soy como su protector. Al mismo tiempo, un chamán siempre es una representación del espíritu de alguna deidad andina; puede ser un apu, puede ser la cochamama, el inti, en fin, son varias deidades. En este caso, el referente de este chamán es el espíritu de una montaña.

Has hecho La Deuda, que es una co-producción; has estado en Lima, en zonas andinas, pero no has podido rodar en Puno, por ejemplo. Cuéntanos sobre estas experiencias.

La Deuda fue una superproducción con actores de Hollywood como Carlos Bardem o Stephen Dorff; para manejar todo el aparato logístico de ese tipo de producción, se requieren muchos recursos económicos. De igual manera Retablo, que aunque haya sido una producción peruana es una muy grande, de grandes recursos financieros. Rodé El Viaje Macho en Huancayo, una producción regional y el año pasado trabajé como asistente de dirección en Cusco, en Encanto de Sirena de Walter Aparicio. Las diferencias de rodar en producciones de Lima son el manejo de recursos que tienen y el profesionalismo con el que se manejan. En las regiones se intenta hacer un trabajo profesional, pero todavía están muy retrasados los mecanismos para conseguir fondos, para producir, tanto en el pre, el durante y el post; las producciones regionales en las que he trabajado adolecen de eso. En cierta medida han cubierto una parte, pero eso se suple con la creatividad de la gente que se involucra en las producciones, tanto en cámaras, luces, arte y todo eso. Todavía hace falta mayor conocimiento sobre cómo es la mecánica de producción de cine. Aún no he rodado en Puno porque no he tenido la oportunidad; vengo desarrollando proyectos para a futuro hacer algo ahí.

El año pasado hice un curso de Producción de Cine; para la mayoría en Puno, hacer cine es tomar una cámara, decirle “muévanse” a los actores y ya está. No hay una buena planificación, un planteamiento de lo que es la producción. Tratamos de abordar estos temas en el taller. El haber rodado seis películas me da la experiencia; he podido conocer aspectos no sólo del trabajo actoral, sino también he visto la parte de dirección, técnica y de producción.

 

 

Perú es uno de los países que menos invierte en cine, en educación, en todos estos procesos alrededor del cine. Tampoco hay una Ley de Cine revisada y actualizada, algo que sí tienen casi todos los países latinoamericanos. ¿Cómo ves este escenario que nos ha tocado? Más aún ahora que se está incrementando tanto la producción. Hay muchas películas hechas en regiones, la mayoría no se ven acá en Lima, ¿qué piensas de eso?

Hay creatividad y talento para producir películas, no sólo en Lima sino a nivel de regiones. Por ejemplo, Ayacucho, Huancayo, Trujillo, son regiones que producen bastante cine. Desde el estado, todavía no hay buenas políticas implementadas para fomentar y promover la actividad cinematográfica; DAFO es la única instancia del gobierno que promueve a través de sus concursos y premia para producir películas. El dinero que destinan a veces llega a cubrir 30-40 o en el mejor de los casos, el 50 por ciento de toda la producción de una película. Eso ayuda bastante a los productores del país, debería incrementarse aún más. Pero yo lo considero una deficiencia en cuanto a una ley que reglamente.

Aquí hay una falencia en cuanto a la promoción de las películas que se producen. El circuito comercial sólo prioriza películas de Estados Unidos, somos como una sucursal de ellos. Ese es el cine que más se ve, más se consume, el que más se comercializa; a diferencia de Corea, por ejemplo, donde priorizan más sus producciones y eso hace que la calidad de su cine crezca. Hay plataformas para ver y también hay un movimiento económico, los productores pueden invertir más dinero y mejorar la calidad de las películas. Pero como no hay eso, siempre se priorizan las películas que vienen de Estados Unidos. Uno ni se entera de que películas se han producido, cuales se han desarrollado; de alguna manera los festivales pueden suplir esa falencia, pero es mínimo. Se deberían crear espacios donde se puedan proyectar esas películas, eso sería un gran apoyo para el desarrollo del cine.

¿Qué les dirías a las personas del interior que quieren seguir esta carrera artística, en el cine?

Es una pregunta recurrente que me hacen; no sólo en el cine, sino en el arte en general. Siempre hay temor de los padres o de los chicos de poder hacer una carrera en la pintura, en la música, en la actuación. Yo siempre les digo que ser artista profesional es como cualquier otro profesional, sea abogado o ingeniero; así como ellos tienen un valor, el arte también tiene un valor en la sociedad. En la medida en que se abrace con convicción el trabajo que uno hace, va a poder abrirse a un mercado. Se suele relacionar al artista con ciertos vicios de la sociedad; creen que es fumón, alcohólico, bohemio, etc. En mi caso no fumo, no soy alcohólico, porque asumo mi profesión con disciplina y trabajo e investigo permanentemente. No tengo formación académica de una universidad, pero el trabajo empírico es un camino incluso más complejo, pero rico a la vez. El hacer teatro o pintura no es sólo contar con el talento o la habilidad; puedes ser un buen dibujante pero si no tienes un contenido, simplemente haces un dibujo técnico y punto, que no trasciende.

Para trascender hay que hacer todo un recorrido, hay que tener un trabajo de investigación para saber que estás haciendo y diciendo. Lo mismo pasa en la actuación para cine; cuando yo asumo un personaje investigo quien es y que hace, para poder decir eso frente a cámaras. Eso es lo que le recomiendo a los chicos que quieren hacer una carrera artística, que lo hagan con convicción y excelencia, porque sólo así pueden abrirse un camino o hacerse un lugar en este medio. A mí me ha costado hacerme de este sitio, para que reconozcan mi trabajo no sólo en Lima, sino también en otros países de Latinoamérica, en Europa. Ahora como estoy regresando a Puno recién están conociendo el trabajo que he hecho. Desde esa experiencia trato de aportar al movimiento cultural en Puno, siempre orientando, entregando estos conocimientos a los jóvenes.

¿Qué viene luego de todo esto? ¿Cuáles son tus expectativas o tus planes? ¿Quieres rodar definitivamente en Puno, te quieres quedar allá? ¿Qué has pensado?

Yo retorné a Puno y decidí hacer mi centro allá. Ni siquiera en la ciudad; estoy construyendo una casa y voy a construir un centro en el campo, en el terreno donde vivía mi abuelo. Siempre estoy viajando; paso la mitad del año en Puno y la otra mitad afuera, porque he desarrollado mi carrera afuera, los contactos, la gente que solicita mi trabajo; no puedo dejar eso de lado y enclaustrarme en Puno. Pero sí quiero generar desde ahí un movimiento cultural en la región y que se vaya expandiendo. A futuro hay muchos planes, siempre estoy pensando en ideas de cosas que quiero hacer. Estoy detrás de organizar un cine en Puno, hacer un festival de teatro, producir una serie u otras películas ahí. En el campo he empezado a desarrollar una actividad agrícola, cultivando papas, quinua; es bonito porque también es una manera de conectarte con la tierra, producir tus propios alimentos y eso te da otro tipo de sensibilidad.

Este centro que mencionas, ¿Sería un centro multidisciplinario, como tú, o lo vas a enfocar sólo al cine y teatro?

Tiene que ser multidisciplinario de todas maneras; va a ser un centro de retiros artísticos y espirituales. La zona donde está ubicado tiene una magia y tranquilidad, por el mismo hecho de estar apartada de la ciudad y del bullicio, tienes contacto con la naturaleza, con las montañas, estando a 4,000 metros de altura. Voy a vivir ahí, voy a crear ahí y las personas que quieran sumarse siempre estarán bienvenidas. Me escribe gente de diferentes lugares que quiere venir a trabajar conmigo y voy a tener ese espacio para recibirlos y compartir mi trabajo.

 

La faceta literaria de Amiel: Willka Nina (2015)
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Diseñadora de modas, directora de arte y docente. Co-directora y co-programadora de Insólito: Festival de Cine de Terror y Fantasía y de El Último Cine Club.

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Crítica: Yana-Wara 0 1035

Yana-Wara (2023), como ya se sabe, es el último proyecto del puneño Óscar Catacora, co-dirigido junto su tío Tito. Se esperaban grandes cosas del joven Catacora luego de su prometedor debut, Wiñaypacha (2017), un crudo y difícil retrato de una cruenta vejez en el Ande peruano. Esta nueva película confirma que lo de ese primer filme no fue flor de un día; Catacora era un talento en ciernes, lo cual hace que su impensado fallecimiento en pleno rodaje duela aún más.

Yana-Wara (Luz Diana Mamani) es una niña huérfana y muda de apenas 13 años, obligada a vivir en la remota puna junto a su abuelo Don Evaristo. Tras asistir a una escuela rural, la joven es vejada por su maestro, lo cual lleva a su anciano cuidador a tomar una drástica decisión y a la justicia del pueblo a tomar cartas en el asunto.

En su momento, de Wiñaypacha se dijeron varias cosas; y si bien la mayoría estaba de acuerdo en que se trataba de uno de los mejores estrenos peruanos de la última década, completamente ajeno a consideraciones comerciales y más cercano al cine de autor, también se le acusó de tener una mirada miserabilista, o de pornomiseria, como se suele referir a películas hechas para el circuito festivalero que realzan la miseria de Latinoamérica para públicos extranjeros. La película de Catacora al final logró escapar de estos rótulos debido a su profunda humanidad; era un filme que golpeaba fuerte, que dejaba huella, pero que al menos lograba que el espectador reflexione acerca de ciertos aspectos de la vida cotidiana – al menos, en lo que se refiere a las relaciones paternales; más de uno seguramente quiso dar un abrazo a sus padres o abuelos inmediatamente después.

Este sentir tan compasivo y humano se extiende ahora a la historia de la pequeña Yana-Wara, sometida a vejamenes que no comprende y donde todos inevitablemente deciden por ella. En lo que se refiere a retratos audiovisuales del mundo andino, uno se puede acostumbrar a una imagen exótica y romántica de su estilo de vida, ritos y costumbres, realzando una faceta mística, de conexión con la naturaleza y el espíritu andino que bebe del cine y hasta de documentales televisivos o campañas de PromPerú; un retrato que a veces puede caer en lo condescendiente y paternalista. Para un público urbano y occidentalizado resulta fácil caer en este patrón e ignorar lo real, al considerarse algo lejano.

Los Catacora van en contra de esta visión y tal como en su anterior trabajo, Yana-Wara es una cruda y fuerte dosis de realidad sobre el Ande. La niña es sometida prácticamente a una tortura interminable, obedeciendo a prácticas y costumbres que pueden considerarse arcaicas y que rayan buena parte del tiempo en el abuso físico y psicológico; esto sumado a una sociedad se sabe es machista y que ya tiene visto robarle su propia voz a la niña incluso antes de que esta la pierda. Está además el sistema de justicia que ve el caso de Don Evaristo, uno donde parece primar el concepto del ojo por ojo sin mayor sutileza; en un país con un sistema judicial tan alicaido como el nuestro, esto no resulta un bálsamo.

Todo esto contrastado con la paz y serenidad de unos remotos aunque majestuosos paisajes andinos plasmados en blanco y negro; el contraste entre bucólicas vistas de la naturaleza y los sucesos a veces inhumanos que vemos en pantalla resulta chocante. Los Catacora no buscan aleccionar ni dar sermones; parecen solo estar mostrándonos sin tapujos una realidad de cierta región del país que muchos o pasan por alto o ven edulcorada, una que no ha cambiado nada en varios años; de ahí a que esta historia resulte atemporal y puede ser tanto contempóranea como ambientada hace 20, 30 años sin que se note la diferencia.

Por lo demás, Yana-Wara es una progresión natural en el cine de los realizadores puneños. Donde Wiñaypacha era contemplativa y de un estilo casi documental, esta recurre más a recursos cinematográficos, desde la narración a destiempo – buena parte del film es un flashback mientras Don Evaristo cuenta su historia a las autoridades – hasta marcados trucos de edición y momentos casi subliminales – una escena clave bien podría verse como una película de terror, con todo lo que eso conlleva. Lástima entonces que la carrera de Óscar haya quedado trunca justo cuando se estaba desarrollando. Ahora le queda a Tito tomar la posta, pero al menos nos queda como legado de este joven director dos filmes que están entre lo mejor del cine nacional reciente.

 

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3er Lima Alterna: Innova, Experimenta, Ve Cine 0 2349

¿Cómo abordar un festival de cine como Lima Alterna? Se puede empezar con las buenas noticias: su tercera edición será tanto virtual como presencial, una versión híbrida que no puede hacer más que aumentarles el perfil luego de dos años de forzada presencia digital. Esto va de la mano con un crecimiento que los ve llegar a cinco salas en Lima y tres en provincias.

Otra opción más en el calendario festivalero nunca está de más, especialmente tras dos años de pandemia.

Pero de nuevo queda la interrogante: ¿Cómo abordar Lima Alterna? Volvamos al principio: Lima Alterna nace de lo que fue Lima Independiente, cuya misión se encontraba en el nombre: cine independiente, experimental, creativo, alejado de lo convencional y que hasta hoy es recordado por haber traído al aquel entonces ganador de la Palma de Oro en Cannes, Apichatpong Weerasethakul.

Lima Alterna, sin embargo, está abriendose su propio camino. Y desde ya se pueden ver las que se están convirtiendo en sus caracteristicas definitorias. Esta su variedad geográfica; mientras que la vieja confiable para varios eventos locales es buscar cine de Europa (Francia, España, Rusia, Francia, los sospechosos comunes), este es un festival que va más allá y nos trae filmografías de países tan insospechados como Bangladesh, Palestina, las Islas Salomón o la República del Congo, por dar algunos ejemplos. Si se trata de conocer cine de otras latitudes, han hecho la tarea.

Pero también está la voluntad del festival de experimentar, de ir más allá del típico cine de tres actos. Y no sólo con un denso cine de autor, sino también con algo de espiritu lúdico; de ahí su aceptación del cine de género (sci-fi, terror, etc.) pasado por el filtro de lo experimental. Eso se ve desde la película con la que inauguraron hace ya dos años, Jesus Shows You The Way to The Highway, un delirio indescriptible sobre hackers, figuras religiosas y Batman.

 

 

Y se ve de nuevo con The Timekeepers of Eternity, que a pesar del nombre que parece sacado de novela juvenil distópica, no es más que una reedición y reencauchada de una miniserie de dos capítulos de 1995, The Langoliers, basada en un cuento de Stephen King y que muchos fans están de acuerdo no es de las mejores adaptaciones del celebrado autor; esa es la manera diplomática de decir que es bastante mala.

Un grupo de personas en un vuelo de rutina despierta para encontrar el avión desierto, lo mismo el resto del mundo; parece son las únicas que quedan. El gran giro es que han viajado al pasado, un pasado “muerto” y que está a punto de ser devorado por las criaturas del título, que gracias a los efectos especiales noventeros parecen Pac-manes marrones calidad Playstation 1. Lo único por lo que se recuerda hoy es justamente esas criaturas y por el primo Balki de Perfectos Desconocidos sobreactuando como nunca en la vida como un ejecutivo al borde un colapso nervioso.

Y es justamente el desequilibrado Mister Toomy el que se vuelve el enfoque de esta nueva versión, ahora presentada en blanco y negro y con animación hecha en papel; un pequeño juego que convierten a esta somnífera película en un experimento psicológico. Sólo hay que aguantar diálogos dignos de telenovela cebollera y uno que otro actor que parece narcotizado. Así, con animación y un nuevo montaje más cercano a la paranoia, The Langoliers cobra otra dimension. El que hayan podido resumir una película de tres horas en 60 minutos y que aún se mantenga coherente dice mucho de lo olvidable que es la versión original.

 

 

Este tipo de innovaciones y experimentos es justamente lo que parece persigue un festival como Lima Alterna. Es cierto que puede ser intimidante para el espectador promedio; es un gusto adquirido. Pero si están dispuestos a tener paciencia y sumergirse en este cine poco convencional, quien sabe que tipo de cosas se pueden encontrar.

 

El 3er Lima Alterna Festival Internacional de Cine va del 13 al 23 de octubre. Para más información, incluyendo sedes y horarios, visiten la página web.

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