26 Festival de Cine de Lima: El Retorno 0 1080

Dos años después de la aparición del Covid-19, las cosas parecen estar volviendo de a pocos a la normalidad. La gente retoma sus actividades, los cines vuelven a abrir (la calidad de la cartelera, sin embargo, se mantiene desigual), nuestra clase política ha reabierto el circo y los festivales de cine vuelven a la presencialidad.

El Festival de Cine de Lima fue uno de ellos; luego de recibir el 2020 y el 2021 tras una pantalla, sacrificando todo aquello que hace de un festival, un festival – de lo contrario es ver películas solo en tu cuarto en una laptop – ahora vuelve para una versión híbrida, juntando lo mejor de ambos mundos. Para los que extrañaban conversar con extraños en la cola de una sala recomendándose películas, o tomándose el cafecito de rigor para sobrevivir a maratónicas sesiones de cine no comercial; o para los que prefieren evitarse las colas y las entradas acabándose en tiempo récord (siempre para las películas peruanas), ahora existen ambas opciones: retomar el aspecto social de un Festival, o quedarse en casa a salvo del virus y de los que inevitablemente roncan en una sala.

 

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Este año, el Festival abrió fuegos con La Danza de Los Mirlos de Álvaro Luque, documental acerca de la recordada agrupación de cumbia amazónica, infaltables en los 60s, 70s y 80s y que aún siguen vigentes. Para los fans, es una oportunidad de mover los pies con viejos amigos; para los que no saben nada de cumbia, como el humilde redactor de esta nota, es un buen punto de partida para adentrarse en el género, de la mano de uno de sus mayores cultores.

Resumiendo la historia de la agrupación en poco menos de 80 minutos, Luque crea un documental bienintencionado pero que queda corto; uno siente que la historia de los liderados por Jorge Rodríguez Grandez, con sus invaluables contribuciones a la música popular y sus altibajos por más de dos décadas, daba para dos horas o más. Esto es, antes que nada, un afectuoso tributo (ni siquiera un conflicto que dividió al grupo en dos es desarrollado más allá de un par de menciones), repleto de buena música; las canciones resultan tan enérgicas y pegajosas, que es casi imposible no querer seguir el ritmo.

Así lo pudo comprobar el público asistente cuando Rodríguez Grández y compañía hicieron una sorpresiva aparición en el escenario para tocar y poner a bailar a todo el auditorio; luego de una breve tocada, queda claro que Los Mirlos aún tienen energía de sobra. Fue una oportunidad además para que el público de un evento que a veces peca de muy solemne y formal pueda divertirse un rato.

 

 

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La competencia y secciones paralelas este año son mucho más reducidas, obedeciendo no sólo al readaptarse a la presencialidad luego de dos años, sino también a una reestructuración más austera que se viene dando últimamente en el Festival (mayor presencia del cine de género, menos películas provenientes de Cuba, invitados que no han actuado en telenovelas brasileras, etc.). En un panorama distinto en el que los festivales ahora tienen que competir con un sinfín de plataformas oficiales (Netflix, Mubi, Amazon y un largo etcétera) y no oficiales (los omnipresentes torrents), es bueno comprobar que no escasean los títulos de interés.

 

 

Entre estos títulos, llama la atención la presencia de Fernando Bacilio en dos títulos en la Competencia Ficción (y al ser los únicos nacionales en la terna, eso convierte al actor en un representante no oficial del país). La Pampa es un drama que además busca denunciar la trata de blancas alrededor de la minería ilegal en la Amazonía; queda ver si Dorian Fernández-Moris hace una buena transición al género dramático tras sus inicios en el terror y el suspenso. Por otro lado, Tiempos Futuros de Víctor Checa está ambientada en una Lima distópica y futurista centrada en la relación entre un padre y su hijo intentando sobrevivir. La ciencia ficción es un género injustamente poco representado en el cine nacional – salvo excepciones como El Limpiador de Adrián Saba o Entonces Ruth de Fernando Montenegro – por lo que cuando algún director decide adentrarse ahí, es para prestarle atención.

Fernando Bacilio llamó la atención de todos con El Mudo de los Hermanos Vega, con premio en Rotterdam incluido; le ha tomado nueve años volver a un protagónico en el cine y esta vez por partida doble. De lejos uno de nuestros mejores intérpretes, que se merece mejores papeles.

 

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El Festival siempre es una oportunidad para pasar revista al estado actual del cine latinoamericano. Últimamente, por ejemplo, se ha podido comprobar que el mejor cine de género viene saliendo de Brasil; ahí están Las Buenas Maneras de Marco Dutra y Juliana Rojas, una fábula sobre hombres lobo, o Bacurau de Kleber Mendonca Filho, una crítica social disfrazada de cinta de acción a lo John Carpenter. A esta saludable tradición se une Medusa de Anita Rocha da Silveira, sobre un grupo de fanáticas religiosas que van a misa en el día y en la noche se vuelven vigilantes a la caza de “pecadores”. Una crítica al fanatismo religioso y al conservadurismo más rancio, algo que ese país lamentablemente viene viviendo en los últimos años.

 

 

Colombia es otro país que goza de buena salud en su cine; ahí está Un Varón de Fabian Hernández como prueba. La historia de un joven que se mueve por los bajos fondos, un ambiente incierto lleno de criminalidad y violencia donde se ve obligado a madurar a la fuerza; escondido detrás de una actitud recia y fuerte está un niño abandonado que no sabe a quien acudir. Es un descarnado retrato de un submundo que se repite por todo América Latina y que muchos prefieren asumir no existe. Sin embargo, lo de Hernández no es denuncia, apenas una mirada incómoda y sin adornos a otra realidad; una mirada a la que bien se podría acusar de miserabilista.

El Perú, como siempre, aparece con una extensa presencia que abarca las Competencias de Ficción y Documental, pero también presentaciones especiales – Francisco Lombardi vuelve a la dirección luego de siete años con La Decisión de Amelia, que muchos esperan supere a la olvidable Dos Besos (una comedia negra que quiso ser un drama serio y por eso no cuajó) – y la Sección Hecho en el Perú, que entre ficción y docos demuestra que el panorama actual del cine nacional es bastante amplio, al menos por el lado de la realización; sin embargo, los criterios de programación de la sección, a todas luces arbitrarios, siguen siendo un misterio.

El Festival de Cine de Lima va del 4 al 12 de agosto. Mayor información, incluyendo horarios y sedes, en su página web.

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Cofundador y editor en FotografiaCalato.com. Bachiller en Periodismo de la Universidad Católica del Norte en Antofagasta, Chile. Master en Creative Writing, Publishing, and Editing (Escritura Creativa y Edición) de la Universidad de Melbourne, en Australia Redactor de Godard! Revista de Cine desde el 2005. Ha sido redactor de la revista de cine australiana Filmink. Colabora con el portal de noticias canadiense ScreenAnarchy. Miembro de la Asociación Peruana de Prensa Cinematográfica (APRECI). Escribe el blog semanal Cinéfilo de Martes en la página web del diario Publimetro, además de colaborar con otros medios nacionales e internacionales. Redactor de la página web No Es En Serie, dedicada a series de televisión. Además mantiene su propio blog, Desaires, desde el 2005, donde escribe sobre cine, música y temas afines.

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Crítica: Yana-Wara 0 163

Yana-Wara (2023), como ya se sabe, es el último proyecto del puneño Óscar Catacora, co-dirigido junto su tío Tito. Se esperaban grandes cosas del joven Catacora luego de su prometedor debut, Wiñaypacha (2017), un crudo y difícil retrato de una cruenta vejez en el Ande peruano. Esta nueva película confirma que lo de ese primer filme no fue flor de un día; Catacora era un talento en ciernes, lo cual hace que su impensado fallecimiento en pleno rodaje duela aún más.

Yana-Wara (Luz Diana Mamani) es una niña huérfana y muda de apenas 13 años, obligada a vivir en la remota puna junto a su abuelo Don Evaristo. Tras asistir a una escuela rural, la joven es vejada por su maestro, lo cual lleva a su anciano cuidador a tomar una drástica decisión y a la justicia del pueblo a tomar cartas en el asunto.

En su momento, de Wiñaypacha se dijeron varias cosas; y si bien la mayoría estaba de acuerdo en que se trataba de uno de los mejores estrenos peruanos de la última década, completamente ajeno a consideraciones comerciales y más cercano al cine de autor, también se le acusó de tener una mirada miserabilista, o de pornomiseria, como se suele referir a películas hechas para el circuito festivalero que realzan la miseria de Latinoamérica para públicos extranjeros. La película de Catacora al final logró escapar de estos rótulos debido a su profunda humanidad; era un filme que golpeaba fuerte, que dejaba huella, pero que al menos lograba que el espectador reflexione acerca de ciertos aspectos de la vida cotidiana – al menos, en lo que se refiere a las relaciones paternales; más de uno seguramente quiso dar un abrazo a sus padres o abuelos inmediatamente después.

Este sentir tan compasivo y humano se extiende ahora a la historia de la pequeña Yana-Wara, sometida a vejamenes que no comprende y donde todos inevitablemente deciden por ella. En lo que se refiere a retratos audiovisuales del mundo andino, uno se puede acostumbrar a una imagen exótica y romántica de su estilo de vida, ritos y costumbres, realzando una faceta mística, de conexión con la naturaleza y el espíritu andino que bebe del cine y hasta de documentales televisivos o campañas de PromPerú; un retrato que a veces puede caer en lo condescendiente y paternalista. Para un público urbano y occidentalizado resulta fácil caer en este patrón e ignorar lo real, al considerarse algo lejano.

Los Catacora van en contra de esta visión y tal como en su anterior trabajo, Yana-Wara es una cruda y fuerte dosis de realidad sobre el Ande. La niña es sometida prácticamente a una tortura interminable, obedeciendo a prácticas y costumbres que pueden considerarse arcaicas y que rayan buena parte del tiempo en el abuso físico y psicológico; esto sumado a una sociedad se sabe es machista y que ya tiene visto robarle su propia voz a la niña incluso antes de que esta la pierda. Está además el sistema de justicia que ve el caso de Don Evaristo, uno donde parece primar el concepto del ojo por ojo sin mayor sutileza; en un país con un sistema judicial tan alicaido como el nuestro, esto no resulta un bálsamo.

Todo esto contrastado con la paz y serenidad de unos remotos aunque majestuosos paisajes andinos plasmados en blanco y negro; el contraste entre bucólicas vistas de la naturaleza y los sucesos a veces inhumanos que vemos en pantalla resulta chocante. Los Catacora no buscan aleccionar ni dar sermones; parecen solo estar mostrándonos sin tapujos una realidad de cierta región del país que muchos o pasan por alto o ven edulcorada, una que no ha cambiado nada en varios años; de ahí a que esta historia resulte atemporal y puede ser tanto contempóranea como ambientada hace 20, 30 años sin que se note la diferencia.

Por lo demás, Yana-Wara es una progresión natural en el cine de los realizadores puneños. Donde Wiñaypacha era contemplativa y de un estilo casi documental, esta recurre más a recursos cinematográficos, desde la narración a destiempo – buena parte del film es un flashback mientras Don Evaristo cuenta su historia a las autoridades – hasta marcados trucos de edición y momentos casi subliminales – una escena clave bien podría verse como una película de terror, con todo lo que eso conlleva. Lástima entonces que la carrera de Óscar haya quedado trunca justo cuando se estaba desarrollando. Ahora le queda a Tito tomar la posta, pero al menos nos queda como legado de este joven director dos filmes que están entre lo mejor del cine nacional reciente.

 

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Estreno: Tayta Shanti 0 505

«Una película sobre la familia y la identidad». Esa es la descripción de Tayta Shanti, tercer largometraje del huancaíno Hans Matos Cámac luego del «western andino» Pueblo Viejo y la reciente Peso Gallo. Se trata de un reencuentro entre Ángela (Julia Thays) y su hija Angie (María Tesoro) con sus familiares en Huancayo. Con la celebración del Tayta Shanti – fiesta emblemática del Valle del Mantaro – como trasfondo, ambas confrontarán a sus raíces e identidas provinciana.

“Somos testigos de los conflictos y problemas que vive una familia en el marco de la celebración de la fiesta del Tayta Shanti. Cada vez que contaba a alguien de qué iba la película, no dejaban de hablar de lo común que es la situación en Huancayo. Los jóvenes protagonistas de esta historia, verán cuestionada su identidad al verse enfrentados a una sociedad que los confronta”, comenta el director.

El director recuerda que desde niño ha participado en fiestas tradicionales con su familia. “Las carpas de comida, los castillones, la música, los vestuarios, la algarabía; todos estos elementos están grabados en mi memoria. Cuando un foráneo me pregunta por los excesos de la fiesta, comienzo a explicarle lo que la fiesta significa para mí: una oportunidad para reunir a la familia y estar juntos a pesar de nuestras diferencias. Con esta película espero compartir esas emociones con el público”.

Completan el reparto Gianco Ponce, Melvin Quijada, Marco Miranda, Laurens Flores y Benjamín Baltazar. Grabada íntegramente en Huancayo, Tayta Shanti se estrena el 29 de febrero.

 

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