3er Lima Alterna: Innova, Experimenta, Ve Cine 0 2349

¿Cómo abordar un festival de cine como Lima Alterna? Se puede empezar con las buenas noticias: su tercera edición será tanto virtual como presencial, una versión híbrida que no puede hacer más que aumentarles el perfil luego de dos años de forzada presencia digital. Esto va de la mano con un crecimiento que los ve llegar a cinco salas en Lima y tres en provincias.

Otra opción más en el calendario festivalero nunca está de más, especialmente tras dos años de pandemia.

Pero de nuevo queda la interrogante: ¿Cómo abordar Lima Alterna? Volvamos al principio: Lima Alterna nace de lo que fue Lima Independiente, cuya misión se encontraba en el nombre: cine independiente, experimental, creativo, alejado de lo convencional y que hasta hoy es recordado por haber traído al aquel entonces ganador de la Palma de Oro en Cannes, Apichatpong Weerasethakul.

Lima Alterna, sin embargo, está abriendose su propio camino. Y desde ya se pueden ver las que se están convirtiendo en sus caracteristicas definitorias. Esta su variedad geográfica; mientras que la vieja confiable para varios eventos locales es buscar cine de Europa (Francia, España, Rusia, Francia, los sospechosos comunes), este es un festival que va más allá y nos trae filmografías de países tan insospechados como Bangladesh, Palestina, las Islas Salomón o la República del Congo, por dar algunos ejemplos. Si se trata de conocer cine de otras latitudes, han hecho la tarea.

Pero también está la voluntad del festival de experimentar, de ir más allá del típico cine de tres actos. Y no sólo con un denso cine de autor, sino también con algo de espiritu lúdico; de ahí su aceptación del cine de género (sci-fi, terror, etc.) pasado por el filtro de lo experimental. Eso se ve desde la película con la que inauguraron hace ya dos años, Jesus Shows You The Way to The Highway, un delirio indescriptible sobre hackers, figuras religiosas y Batman.

 

 

Y se ve de nuevo con The Timekeepers of Eternity, que a pesar del nombre que parece sacado de novela juvenil distópica, no es más que una reedición y reencauchada de una miniserie de dos capítulos de 1995, The Langoliers, basada en un cuento de Stephen King y que muchos fans están de acuerdo no es de las mejores adaptaciones del celebrado autor; esa es la manera diplomática de decir que es bastante mala.

Un grupo de personas en un vuelo de rutina despierta para encontrar el avión desierto, lo mismo el resto del mundo; parece son las únicas que quedan. El gran giro es que han viajado al pasado, un pasado “muerto” y que está a punto de ser devorado por las criaturas del título, que gracias a los efectos especiales noventeros parecen Pac-manes marrones calidad Playstation 1. Lo único por lo que se recuerda hoy es justamente esas criaturas y por el primo Balki de Perfectos Desconocidos sobreactuando como nunca en la vida como un ejecutivo al borde un colapso nervioso.

Y es justamente el desequilibrado Mister Toomy el que se vuelve el enfoque de esta nueva versión, ahora presentada en blanco y negro y con animación hecha en papel; un pequeño juego que convierten a esta somnífera película en un experimento psicológico. Sólo hay que aguantar diálogos dignos de telenovela cebollera y uno que otro actor que parece narcotizado. Así, con animación y un nuevo montaje más cercano a la paranoia, The Langoliers cobra otra dimension. El que hayan podido resumir una película de tres horas en 60 minutos y que aún se mantenga coherente dice mucho de lo olvidable que es la versión original.

 

 

Este tipo de innovaciones y experimentos es justamente lo que parece persigue un festival como Lima Alterna. Es cierto que puede ser intimidante para el espectador promedio; es un gusto adquirido. Pero si están dispuestos a tener paciencia y sumergirse en este cine poco convencional, quien sabe que tipo de cosas se pueden encontrar.

 

El 3er Lima Alterna Festival Internacional de Cine va del 13 al 23 de octubre. Para más información, incluyendo sedes y horarios, visiten la página web.

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Cofundador y editor en FotografiaCalato.com. Bachiller en Periodismo de la Universidad Católica del Norte en Antofagasta, Chile. Master en Creative Writing, Publishing, and Editing (Escritura Creativa y Edición) de la Universidad de Melbourne, en Australia Redactor de Godard! Revista de Cine desde el 2005. Ha sido redactor de la revista de cine australiana Filmink. Colabora con el portal de noticias canadiense ScreenAnarchy. Miembro de la Asociación Peruana de Prensa Cinematográfica (APRECI). Escribe el blog semanal Cinéfilo de Martes en la página web del diario Publimetro, además de colaborar con otros medios nacionales e internacionales. Redactor de la página web No Es En Serie, dedicada a series de televisión. Además mantiene su propio blog, Desaires, desde el 2005, donde escribe sobre cine, música y temas afines.

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Crítica: Yana-Wara 0 1035

Yana-Wara (2023), como ya se sabe, es el último proyecto del puneño Óscar Catacora, co-dirigido junto su tío Tito. Se esperaban grandes cosas del joven Catacora luego de su prometedor debut, Wiñaypacha (2017), un crudo y difícil retrato de una cruenta vejez en el Ande peruano. Esta nueva película confirma que lo de ese primer filme no fue flor de un día; Catacora era un talento en ciernes, lo cual hace que su impensado fallecimiento en pleno rodaje duela aún más.

Yana-Wara (Luz Diana Mamani) es una niña huérfana y muda de apenas 13 años, obligada a vivir en la remota puna junto a su abuelo Don Evaristo. Tras asistir a una escuela rural, la joven es vejada por su maestro, lo cual lleva a su anciano cuidador a tomar una drástica decisión y a la justicia del pueblo a tomar cartas en el asunto.

En su momento, de Wiñaypacha se dijeron varias cosas; y si bien la mayoría estaba de acuerdo en que se trataba de uno de los mejores estrenos peruanos de la última década, completamente ajeno a consideraciones comerciales y más cercano al cine de autor, también se le acusó de tener una mirada miserabilista, o de pornomiseria, como se suele referir a películas hechas para el circuito festivalero que realzan la miseria de Latinoamérica para públicos extranjeros. La película de Catacora al final logró escapar de estos rótulos debido a su profunda humanidad; era un filme que golpeaba fuerte, que dejaba huella, pero que al menos lograba que el espectador reflexione acerca de ciertos aspectos de la vida cotidiana – al menos, en lo que se refiere a las relaciones paternales; más de uno seguramente quiso dar un abrazo a sus padres o abuelos inmediatamente después.

Este sentir tan compasivo y humano se extiende ahora a la historia de la pequeña Yana-Wara, sometida a vejamenes que no comprende y donde todos inevitablemente deciden por ella. En lo que se refiere a retratos audiovisuales del mundo andino, uno se puede acostumbrar a una imagen exótica y romántica de su estilo de vida, ritos y costumbres, realzando una faceta mística, de conexión con la naturaleza y el espíritu andino que bebe del cine y hasta de documentales televisivos o campañas de PromPerú; un retrato que a veces puede caer en lo condescendiente y paternalista. Para un público urbano y occidentalizado resulta fácil caer en este patrón e ignorar lo real, al considerarse algo lejano.

Los Catacora van en contra de esta visión y tal como en su anterior trabajo, Yana-Wara es una cruda y fuerte dosis de realidad sobre el Ande. La niña es sometida prácticamente a una tortura interminable, obedeciendo a prácticas y costumbres que pueden considerarse arcaicas y que rayan buena parte del tiempo en el abuso físico y psicológico; esto sumado a una sociedad se sabe es machista y que ya tiene visto robarle su propia voz a la niña incluso antes de que esta la pierda. Está además el sistema de justicia que ve el caso de Don Evaristo, uno donde parece primar el concepto del ojo por ojo sin mayor sutileza; en un país con un sistema judicial tan alicaido como el nuestro, esto no resulta un bálsamo.

Todo esto contrastado con la paz y serenidad de unos remotos aunque majestuosos paisajes andinos plasmados en blanco y negro; el contraste entre bucólicas vistas de la naturaleza y los sucesos a veces inhumanos que vemos en pantalla resulta chocante. Los Catacora no buscan aleccionar ni dar sermones; parecen solo estar mostrándonos sin tapujos una realidad de cierta región del país que muchos o pasan por alto o ven edulcorada, una que no ha cambiado nada en varios años; de ahí a que esta historia resulte atemporal y puede ser tanto contempóranea como ambientada hace 20, 30 años sin que se note la diferencia.

Por lo demás, Yana-Wara es una progresión natural en el cine de los realizadores puneños. Donde Wiñaypacha era contemplativa y de un estilo casi documental, esta recurre más a recursos cinematográficos, desde la narración a destiempo – buena parte del film es un flashback mientras Don Evaristo cuenta su historia a las autoridades – hasta marcados trucos de edición y momentos casi subliminales – una escena clave bien podría verse como una película de terror, con todo lo que eso conlleva. Lástima entonces que la carrera de Óscar haya quedado trunca justo cuando se estaba desarrollando. Ahora le queda a Tito tomar la posta, pero al menos nos queda como legado de este joven director dos filmes que están entre lo mejor del cine nacional reciente.

 

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26 Festival de Cine de Lima: El Retorno 0 1242

Dos años después de la aparición del Covid-19, las cosas parecen estar volviendo de a pocos a la normalidad. La gente retoma sus actividades, los cines vuelven a abrir (la calidad de la cartelera, sin embargo, se mantiene desigual), nuestra clase política ha reabierto el circo y los festivales de cine vuelven a la presencialidad.

El Festival de Cine de Lima fue uno de ellos; luego de recibir el 2020 y el 2021 tras una pantalla, sacrificando todo aquello que hace de un festival, un festival – de lo contrario es ver películas solo en tu cuarto en una laptop – ahora vuelve para una versión híbrida, juntando lo mejor de ambos mundos. Para los que extrañaban conversar con extraños en la cola de una sala recomendándose películas, o tomándose el cafecito de rigor para sobrevivir a maratónicas sesiones de cine no comercial; o para los que prefieren evitarse las colas y las entradas acabándose en tiempo récord (siempre para las películas peruanas), ahora existen ambas opciones: retomar el aspecto social de un Festival, o quedarse en casa a salvo del virus y de los que inevitablemente roncan en una sala.

 

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Este año, el Festival abrió fuegos con La Danza de Los Mirlos de Álvaro Luque, documental acerca de la recordada agrupación de cumbia amazónica, infaltables en los 60s, 70s y 80s y que aún siguen vigentes. Para los fans, es una oportunidad de mover los pies con viejos amigos; para los que no saben nada de cumbia, como el humilde redactor de esta nota, es un buen punto de partida para adentrarse en el género, de la mano de uno de sus mayores cultores.

Resumiendo la historia de la agrupación en poco menos de 80 minutos, Luque crea un documental bienintencionado pero que queda corto; uno siente que la historia de los liderados por Jorge Rodríguez Grandez, con sus invaluables contribuciones a la música popular y sus altibajos por más de dos décadas, daba para dos horas o más. Esto es, antes que nada, un afectuoso tributo (ni siquiera un conflicto que dividió al grupo en dos es desarrollado más allá de un par de menciones), repleto de buena música; las canciones resultan tan enérgicas y pegajosas, que es casi imposible no querer seguir el ritmo.

Así lo pudo comprobar el público asistente cuando Rodríguez Grández y compañía hicieron una sorpresiva aparición en el escenario para tocar y poner a bailar a todo el auditorio; luego de una breve tocada, queda claro que Los Mirlos aún tienen energía de sobra. Fue una oportunidad además para que el público de un evento que a veces peca de muy solemne y formal pueda divertirse un rato.

 

 

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La competencia y secciones paralelas este año son mucho más reducidas, obedeciendo no sólo al readaptarse a la presencialidad luego de dos años, sino también a una reestructuración más austera que se viene dando últimamente en el Festival (mayor presencia del cine de género, menos películas provenientes de Cuba, invitados que no han actuado en telenovelas brasileras, etc.). En un panorama distinto en el que los festivales ahora tienen que competir con un sinfín de plataformas oficiales (Netflix, Mubi, Amazon y un largo etcétera) y no oficiales (los omnipresentes torrents), es bueno comprobar que no escasean los títulos de interés.

 

 

Entre estos títulos, llama la atención la presencia de Fernando Bacilio en dos títulos en la Competencia Ficción (y al ser los únicos nacionales en la terna, eso convierte al actor en un representante no oficial del país). La Pampa es un drama que además busca denunciar la trata de blancas alrededor de la minería ilegal en la Amazonía; queda ver si Dorian Fernández-Moris hace una buena transición al género dramático tras sus inicios en el terror y el suspenso. Por otro lado, Tiempos Futuros de Víctor Checa está ambientada en una Lima distópica y futurista centrada en la relación entre un padre y su hijo intentando sobrevivir. La ciencia ficción es un género injustamente poco representado en el cine nacional – salvo excepciones como El Limpiador de Adrián Saba o Entonces Ruth de Fernando Montenegro – por lo que cuando algún director decide adentrarse ahí, es para prestarle atención.

Fernando Bacilio llamó la atención de todos con El Mudo de los Hermanos Vega, con premio en Rotterdam incluido; le ha tomado nueve años volver a un protagónico en el cine y esta vez por partida doble. De lejos uno de nuestros mejores intérpretes, que se merece mejores papeles.

 

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El Festival siempre es una oportunidad para pasar revista al estado actual del cine latinoamericano. Últimamente, por ejemplo, se ha podido comprobar que el mejor cine de género viene saliendo de Brasil; ahí están Las Buenas Maneras de Marco Dutra y Juliana Rojas, una fábula sobre hombres lobo, o Bacurau de Kleber Mendonca Filho, una crítica social disfrazada de cinta de acción a lo John Carpenter. A esta saludable tradición se une Medusa de Anita Rocha da Silveira, sobre un grupo de fanáticas religiosas que van a misa en el día y en la noche se vuelven vigilantes a la caza de “pecadores”. Una crítica al fanatismo religioso y al conservadurismo más rancio, algo que ese país lamentablemente viene viviendo en los últimos años.

 

 

Colombia es otro país que goza de buena salud en su cine; ahí está Un Varón de Fabian Hernández como prueba. La historia de un joven que se mueve por los bajos fondos, un ambiente incierto lleno de criminalidad y violencia donde se ve obligado a madurar a la fuerza; escondido detrás de una actitud recia y fuerte está un niño abandonado que no sabe a quien acudir. Es un descarnado retrato de un submundo que se repite por todo América Latina y que muchos prefieren asumir no existe. Sin embargo, lo de Hernández no es denuncia, apenas una mirada incómoda y sin adornos a otra realidad; una mirada a la que bien se podría acusar de miserabilista.

El Perú, como siempre, aparece con una extensa presencia que abarca las Competencias de Ficción y Documental, pero también presentaciones especiales – Francisco Lombardi vuelve a la dirección luego de siete años con La Decisión de Amelia, que muchos esperan supere a la olvidable Dos Besos (una comedia negra que quiso ser un drama serio y por eso no cuajó) – y la Sección Hecho en el Perú, que entre ficción y docos demuestra que el panorama actual del cine nacional es bastante amplio, al menos por el lado de la realización; sin embargo, los criterios de programación de la sección, a todas luces arbitrarios, siguen siendo un misterio.

El Festival de Cine de Lima va del 4 al 12 de agosto. Mayor información, incluyendo horarios y sedes, en su página web.

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