William Shakespeare es tal vez uno de los autores más adaptables al cine; a pesar de ser considerado literatura “pesada” (más de una clase de inglés da fe de ello), lo cierto es que en su época sus obras eran de carácter popular. Esto por lo universales que podían resultar; se pueden trasladar a cualquier contexto y a cualquier época sin perder su esencia y significado, algo que el cine ha resaltado más de una vez.
Rómulo y Julita es entonces una adaptación muy peruana y muy criolla de Romeo y Julieta, el romance maldito entre dos jóvenes de familias rivales; cualquier asomo de tragedia es transformado en comedia light.
Los amantes del título se encuentran en la hermosa Berona, que ahora es un pueblito indeterminado del interior del país; en rigor, la película fue filmada en Canta y alrededores, pero al no especificar una ubicación, el director Daniel Martín Rodríguez y los guionistas Gonzalo Rodríguez Risco y Pablo Carrillo, contribuyen a un ambiente de fantasía que es alejado de la realidad a propósito. Aquí es donde se encuentran y enamoran Rómulo y Julita mientras sus familias – los Monitor y los Capullitos, respectivamente – se enfrentan por ver quién tiene la mejor empresa de mototaxis.
Lo que sigue son los enredos de rigor, interpretados por un reparto que apela a lo absurdo y caricaturesco, con resultados variables: Mayella Lloclla, Pietro Sibille, Franco Cabrera y César Ritter como el estresado cura del pueblo encuentran uno que otro momento de comicidad, que se debe más a su carisma natural que a sus personajes en sí. Mientras tanto, Miguel Iza y Mónica Sánchez parecen estar en otra película; ambos tienen buena química y se toman sus papeles en serio. Así, mientras todos a su alrededor parecen estar en sketches cómicos, ellos logran construir un romance creíble. Es un acierto además que se trate de una historia de amor entre dos adultos, algo cada vez más raro en un cine (no sólo el peruano, sino también el hollywoodense y de otras latitudes) que suele apelar a lo juvenil para relatar amoríos.
Rómulo y Julita quiere ser una comedia inofensiva y disparatada; pero no contenta con eso, intenta además comentar hechos políticos recientes y la siempre presente corrupción en nuestro país, incluido el triste papel que ha realizado cierto partido aficionado a los contenedores de plástico. Propósito noble, pero hecho con toda la sutileza de un puñete en el rostro y que resulta innecesario en una película tan ligera.
Con Aj Zombies, Daniel Martín Rodríguez nos entregó una comedia fresca, irreverente y algo subversiva – a pesar de su popularidad, los muertos vivientes siguen siendo un subgénero de nicho – algo que también se dejó entrever en el anterior corto Retukiri Tukiri, una parodia en clave humor negro de Karina y Timoteo. Ahora, en RyJ, el director ha sacrificado un poco de este carácter rebelde en pos de gustar al público más variado y masivo posible. Los resultados son dispares, más allá de algunos buenos momentos de humor y la química de la pareja protagonista (Sánchez e Iza brillarían en un drama romántico); pero así y todo, estamos seguros Rodríguez aún tiene buenas ideas para llevar a la pantalla grande.
Imagen: El Comercio