Estrenada en 1991, Alias La Gringa de Alberto «Chicho» Durant ha sido llamada una de las mejores cintas nacionales de esa década.
Es la historia de Jorge Venegas, ‘La Gringa’, un experto en fugas que se escapa del penal de El Frontón a fines de los años 80; su lealtad hacia un amigo de la prisión lo hace volver tras las rejas, sólo para encontrarse en un motín iniciado por los presos acusados por terrorismo; esto, claro, se refiere a la masacre de presos ocurrida en 1986.
Escrita por Durant, José María «Chema» Salcedo y José Watanabe, la película está protagonizada por Germán González, Elsa Olivero, Orlando Sacha, Juan Manuel Ochoa, Enrique Victoria, Gonzalo de Miguel, Ramón García y Aristóteles Picho.
Nuestro lector Rodrigo Moreno Herrera escribió una interesante crónica acerca del rodaje de una cinta que en su momento fue un éxito en salas. Publicada originalmente en el portal Somos Periodismo de la Pontificia Universidad Católica del Perú, ahora la compartimos en este espacio.
Alias la Gringa: Historia de un Rodaje
Por Rodrigo Moreno Herrera
Lo que pasa detrás de cámaras durante el rodaje de una película puede resultar tan cautivante como la ficción. No se acostumbra rescatar los hechos que rodean un montaje cinematográfico, a menos que este haya dejado huella en la legión de espectadores que lo vieron alguna vez. Entonces sí resulta pertinente escarbar en el pasado y contar lo que las cámaras nunca mostraron. A veinticinco años del estreno de Alias La Gringa, esta crónica reconstruye el origen de una historia que llenó las salas de cine durante varias semanas.
Mientras Chicho Durant concentra su atención en conseguir la toma ideal, Andrés Malatesta desplaza la mirada entre su equipo y los alrededores de la filmación, siempre de reojo como quien vigila hasta su sombra. Descubre entonces la presencia de un menudo señor que abraza un libro tan grueso y destartalado que de lejos parece una guía telefónica estropeada por el tiempo. Durante un descanso entre escenas, el hombre se aproxima a Chicho y Andrés, y despierta tanta admiración en ellos que no podrán evitar hablar de ese encuentro durante los siguientes seis años.
-Buenas tardes, señores. Mi nombre es Guillermo Portugal, alias ‘La Gringa’.
Era 1985 y la película que rodaban se llamaba Malabrigo. Frente a ellos, Portugal destiló seguridad y presagió una gran historia contenida entre los papeles que sostenía con aprecio. Pero sobre todo infundió en ambos una certeza que con los años adquirió mayor vitalidad y fuerza: tenía entre manos el argumento de su siguiente película.
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De pie frente a Perfo Studio, Germán Gonzáles aún no había concebido la idea de encarnar a un delincuente capaz de vestirse de mujer para huir de prisión. Ese día no llegó para poner a prueba su capacidad actoral, sino para entregar un afiche que él mismo había dibujado.
–Estoy buscando a Chicho, quiero entregarle el afiche de la película.
–Están ocupados –le respondió un hombre de modales bruscos.
–Me están esperando. Diles que soy Germán Gonzales –insistió.
-Un momentito –le contestó a regañadientes.
Germán estaba hablando con Guillermo Portugal, el hombre cuya vida inspiró el personaje cinematográfico que pronto interpretaría. Tras su aparición durante el rodaje de Malabrigo, los productores le consiguieron empleos esporádicos. Uno de ellos fue de vigilante en Perfo Studio, la productora que trabajaba con Chicho y Andrés. Portugal inventaba cualquier excusa para pedir dinero a sus jefes y si lo conseguía se ausentaba durante varios días.
En 1986, mientras planeaban el lanzamiento de Malabrigo, José María Salcedo, entonces periodista de prensa escrita, ya había hecho un borrador de la historia de Alias La Gringa. Después Chicho y el poeta José Watanabe se encargarían de escribir el guion. Se inspiraron en pasajes del diario de Portugal y decidieron insertar al personaje en el contexto de violencia política que el Perú atravesaba en la década de los ochenta. El propósito era mostrar lo que sucedía en el país desde la perspectiva de un presidiario.
La última versión del guion mostraba a un delincuente recién fugado de prisión que deseaba desesperadamente huir de la ciudad junto a su pareja. En el intento es capturado por la policía y devuelto a la cárcel. Allí se hace amigo de un catedrático apresado injustamente por terrorismo. Esta amistad será crucial pues Montes, el profesor, impide que otro recluso lo mate. ‘La Gringa’ vuelve a escapar pero deja a Montes en la cárcel. Ahí comienza otra historia para él. Debe elegir entre su libertad o saldar la deuda pendiente con un amigo.
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A fines de los sesenta Germán Gonzales ingresó a la Facultad de Arquitectura de la UNI guiado por su pasión por el dibujo. Años después Augusto Salazar Bondy lo ayudó a conseguir una beca para estudiar en Inglaterra. En Londres nació el Germán músico. Era el baterista de una banda llamada Live Wire. Regresó al Perú en 1985 con tres discos grabados bajo el brazo. Al volver trabajó como productor en una disquera y ocasionalmente interpretó roles secundarios para producciones de Lucho Llosa. Eran los años de la hiperinflación y la moneda se devaluaba tanto que se pagaba con costales de billetes.
La amistad con Chicho se remonta a sus años de estudio en Inglaterra. Ambos estaban en universidades distintas pero cercanas, y colaboraban mutuamente en sus proyectos. En 1985, cuando Germán ya estaba en Lima, le pidió que dibuje el afiche para la campaña publicitaria de Malabrigo, su segunda película. Cuatro años después volvió a recurrir a él, pero no como dibujante. Le dijo que Luis Peirano, el director de casting, lo quería en Alias La Gringa solo para convencerlo. En realidad Peirano dudaba de que Germán pudiese asumir el rol principal de la película. La elección de Chicho estaba basada también en el innegable parecido físico con Guillermo Portugal.
Tras recibir la orden de dedicarse por completo a la construcción de su personaje, Germán pasó un mes y medio bajo la dirección de Peirano. Se empeñaron en recrear el pasado de ‘La Gringa’ para que su actuación resulte más verosímil. La disciplina era parte del entrenamiento. Si llegaba cinco minutos tarde, Peirano suspendía el ensayo. Una tarde sucedió lo contrario. Aquella vez Germán se atrevió a cancelarlo. “Ya estás listo. Tu personaje hubiese hecho eso”, fue lo último que le dijo Peirano antes del rodaje. Se había vuelto diestro representando a un tipo insubordinado con la autoridad.
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Filmar Alias La Gringa demandó un presupuesto sin precedentes hasta entonces en el cine peruano. Chicho y Andrés lograron el apoyo financiero y logístico de instituciones cinematográficas de Cuba, Francia y Alemania. Era un proyecto ambicioso que convocó a un equipo técnico de 50 personas, además de 120 extras. Los lugares elegidos para filmar no estaban cerca ni eran de fácil acceso: la isla de Pachacamac, las playas de Chilca y Ventanilla, una quinta de los Barrios Altos y una fábrica en el Callao.
El rodaje se inició en el verano de 1990 y duró nueve semanas. Empezó con las secuencias que se desarrollan en la prisión de la isla. Una vez ahí Chicho Durant, Emilio Salomón, Jenny Velapatiño y Andrés Malatesta se encargaron de mantener todo bajo control. Guillermo Portugal les proporcionó los nombres de algunos policías que podían alquilar sus armas para las escenas de acción. Malatesta los llamó y consiguió tres revólveres que llevaba en la cintura a cada momento. Andrés prohibió las drogas y el licor. Cada miembro del equipo técnico tenía asegurado el desayuno, el almuerzo, la cena y un colchón cómodo donde dormir; aunque esto no impidió que desapareciera el alcohol de los botiquines.
Pese a todas las restricciones, se murmuraba que en el pabellón acondicionado para la estadía de los extras se habían organizado para contrabandear. Los pescadores de Chorrillos se las ingeniaron para vender trago y hierba evadiendo la supervisión del director y el productor. Meses antes, Chicho y Andrés pidieron ayuda al padre de la parroquia del penal de Lurigancho para seleccionar a los exconvictos menos peligrosos.
Pero esto no evitó que una vez llevados a la isla se dividan en grupos y bandas. De madrugada se armaban las trifulcas. Un día Andrés encontró a uno de los expresidiarios en el muelle con una tijera atravesada en la mano. Los guardias republicanos que aparecen en la película eran reales y su presencia atenuaba la ansiedad. Chicho, Emilio y Andrés hablaban con cada persona y les permitían regresar a la costa cuando se sentían abrumados por la presión.
El equipo de producción llevaba un registro de quiénes regresaban a la costa y en qué circunstancias. Andrés lo hacía constantemente para recoger alimentos y equipo fílmico. A Orlando Sacha –quien personifica al alcaide- una ambulancia lo transportaba a diario para evadir los nudos del tráfico y dejarlo a tiempo para actuar en una obra teatral. Sacha, quien ya exhibía una impresionante y extensa trayectoria en cine y teatro, fue un maestro para sus compañeros de elenco en Alias La Gringa.
Luego de filmar en la isla de Pachacamac, el equipo se trasladó a la playa de Chilca. Cementos Lima tenía un pequeño local que funcionaba como central de bombeo de agua salada y permitió que lo usen como locación. Allí se filmó una de las secuencias finales de la película. Para las explosiones trajeron tres especialistas en pirotecnia –un peruano y dos españoles-. Llegaron con dos ametralladoras y parches explosivos que simulaban el impacto de balas. Pero no les bastó con lo que trajeron y le pidieron más explosivos al productor. A expensas de su seguridad y bajo riesgo de ser detenido por el ejército, Andrés se movilizaba con pólvora y municiones en una ciudad sacudida por los estragos del terrorismo.
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Tener al lado a Orlando Sacha y a Enrique Victoria fue una experiencia estimulante para Germán. Sin embargo, durante su estancia en la isla prefirió alejarse para mantener el clima psicológico de su personaje. En un rincón, debajo de una escalera, colocó su carpa cerca al pabellón de los extras. Quería sentirse solo, como en una prisión. También debía desvincularse de su faceta musical. Chicho le prohibió intervenir en la banda sonora de la película y en el diseño del afiche publicitario. Quería que se concentre en ser ‘La Gringa’.
Solo durante la secuencia del Día del Preso le concedieron una excepción. Él y Pochi Marambio, el encargado de musicalizar la película, se vistieron con harapos y comenzaron a tocar bateas y botellas de vidrio. Era la primera vez que Marambio asumía esta función para cine y quiso estar presente en el rodaje. Otro que también estuvo fue Guillermo Portugal. Pero su presencia ya no era tan mágica como cinco años atrás. El equipo ya estaba harto de él. Comenzaba a pelear con el equipo técnico y con los extras y por ello lo tuvieron que sacar de la isla.
Solo Germán recuerda la última vez que lo vieron. Portugal apareció en la oficina de Perfo Studio. Fue en la segunda semana del estreno. Chicho organizó una exhibición especial para él y Germán en el cine Excelsior. Ambos entraron a la sala a ver la película, pero Portugal se retiró antes de que termine. No podía estar quieto, la miraba por partes y salía. “Me mueve, me mueve”, le repetía a Germán. Pese a que Chicho y Watanabe solo tomaron un capítulo de su diario para la trama, Guillermo Portugal juraba que le había sucedido exactamente lo que estaba viendo. Se marchó y nunca más volvieron a saber de él.
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Andrés no se sentía satisfecho con la escena inicial y le sugirió a Chicho algo más espectacular. Se enteró de una molinera frente a unas vías del tren en el cruce de la avenida Argentina con Faucett en el Callao. Ni bien la vio quedó convencido de que era precisamente lo que necesitaba. Un jefe del equipo de realización le comentó que su primo era el ingeniero a cargo de la fábrica. Andrés le confió las gestiones y desde la isla coordinó los permisos mediante llamadas y cartas. Estaba previsto filmar en la molinera dos semanas antes del fin de rodaje. Se preparó una gran puesta en escena que incluía un tren y un helicóptero.
Cuando el día llegó, el equipo de producción pasó del entusiasmo a la angustia en cuestión de segundos. Los vigilantes de la molinera comenzaron a disparar creyendo que la multitud acercándose era parte de un ataque terrorista. Los guardias republicanos que acompañaron al equipo durante todo el rodaje estaban a punto de contestar el fuego. Llamaron de emergencia a la policía del Callao. Andrés, quien aún no había llegado, se apresuró en arribar. Cuando lo hizo, vio a los soldados agazapados a un lado y en la parte opuesta de las vías del tren estaba su equipo. Caminó solo hasta la fábrica y pidió hablar con el encargado.
-¿Acaso esta no es la Molinera Peruana?- preguntó Andrés.
-No, esta es la Molinera Santa Rosa, la Molinera Peruana está tres cuadras más adelante- respondió uno de los administradores de la empresa.
-Pero si yo he hablado con el ingeniero y me ha dado permiso- replicó sorprendido Andrés.
-No, usted ha pedido permiso para filmar en otra fábrica- le indicó.
Caminaron trescientos metros solo para percatarse de que fue en vano el esfuerzo logístico de aquel día. El muro no era ni la mitad del tamaño que necesitaban para la huida de ‘La Gringa’. Era pequeño y fácil de saltar. En cambio, la pared anterior era de siete metros de alto con torreones y púas. Andrés recordó entonces que nunca tocó la puerta de la fábrica porque se lo encargó a un jefe del equipo. No tuvo el gusto de conocer en persona al ingeniero. Actuó desobedeciendo una lógica invariable en cualquier productor de cine: encargarse personalmente de cerciorar la garantía del más mínimo detalle.
Un error de ese calibre significó la pérdida entre 8 y 10 mil dólares en sueldos, movilidad y alimentación. Ni siquiera se pudo falsear la escena o registrar algún plano para intentar atenuar los daños. Habló con Chicho para poner su cargo a disposición y asumir los gastos. “No puedo conducir un proyecto como este si me estoy equivocando tanto”, le dijo Andrés.
Ambos se conocían desde 1982, cuando coincidieron en la filmación de un cortometraje en Cajamarca. La confianza surgió durante el rodaje y pronto ya eran amigos. En consideración a esa amistad, Chicho le pidió que se quedara, Perfo Studio asumiría el error. Al cabo de una prolongada jornada, atiborrada de decisiones equívocas y mala suerte, Andrés se mantuvo en el cargo.
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Después de superar el gran desliz de la molinera, el área de producción tuvo que lidiar con una situación igualmente incómoda. Tropas del ejército peruano a bordo de tres jeeps confiscaron parte de los equipos de iluminación, el generador de electricidad, la batería, los contactos y el arrancador en la locación de la playa de Ventanilla. Andrés recordó que antes del rodaje los militares ya habían perjudicado a la producción. Una lancha de la Marina fue a la isla de Pachacamac y destrozaron la escenografía construida por José Watanabe. Quisieron hacer lo mismo en Ventanilla pero esta vez encontraron a los productores, el reparto y los técnicos, y no pudieron causar daño alguno.
La verdadera razón del desencuentro con los militares se habría dado tres años antes. Andrés y Chicho negociaron con la Marina para filmar en una isla que era parte de su supervisión; sin embargo, estos le pedían a cambio modificar fragmentos de la historia. Los productores rechazaron la exigencia y posteriormente, gracias a Pescaperú y la Universidad Villarreal, hallaron la isla que buscaban.
La escena final de la película se registró en las playas de Ventanilla. Allí se construyó el pabellón de los senderistas. No contaban con un helicóptero, pero Mario García, el director de fotografía, se las arregló para colocar una cámara en el punto más alto del puerto. Quería un plano panorámico para cerrar la película, mientras ‘La Gringa’ fuga de la prisión y se aleja hacia la libertad. Germán entró en el agua una vez más, como tantas veces lo hizo durante el rodaje. “Hasta el horizonte”, gritó Chicho. La última escena de la película fue también la última de la filmación.
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Chicho le encargó la edición a Gianfranco Annichini mientras él y Guillermo Palacios viajaban a Madrid para arreglar el sonido. Andrés se fue a Bolivia antes de que salga el primer corte y luego viajó a Francia, donde permaneció algunos meses. No se volvió a juntar con Chicho hasta el estreno en el cine Alcázar en 1991. Desde ese momento, la película recorrió festivales de cine recolectando elogios y premios.
Como parte de la campaña publicitaria se inauguró la dinámica de ir al cine y preguntar al público sus impresiones. Durante el primer fin de semana se dirigieron al cine Tacna. La atracción era Germán Gonzales, quien aún dudaba sobre el éxito de la película. A él nunca le pareció del todo convincente que alguien que anhela ser libre regrese por voluntad propia a prisión. Padeció la inquietud de estar expectante ante un eventual rechazo del público. “Ni el criminal más noble del mundo regresaría a rescatar a ese tipo”, pensaba. Sin embargo, un rumor sobrecogió la sala de cine cerca al final de la proyección. Era la exaltación de ver a ‘La Gringa’ regresar por su amigo, por el profesor Montes. Veinticinco años después aún recuerda con afecto y nitidez la emoción que sintió esa noche. Aquella en la que por primera vez se vio en la pantalla grande.
Fotos: Archivo Chicho Durant